Cada vez tardamos más en cambiar de móvil. Es un hecho: en 2012, en España dábamos el salto cada 15 meses, espoleados en parte por ofertas de contrato con operadoras. En 2016, cada 20. En 2017, casi alcanzamos los 21 meses, una tendencia que nos acerca a los hábitos de consumo internacional. Se venden menos móviles, pero de mayores prestaciones.
Además, la carrera por la velocidad y la potencia ha dejado sin margen de maniobra a muchos fabricantes: existe sobreoferta de gama alta. Por cierto, ¿a qué deberíamos llamar gama alta?
En la actualidad estaríamos hablando de un mirlo blanco, un flagship que porta la bandera del fabricante y sólo es hermano mayor de un terminal similar. La pregunta es, ¿cuántas magnitudes son superiores en ese terminal de 800 euros respecto a otro de 400, si nos ceñimos, estrictamente, a músculo bruto y no a la calidad de los materiales de revestimiento?
Un cambio de poderes
Hace apenas un lustro alquilábamos los teléfonos que financiaban las operadoras. Ese sistema ha acabado sustituido por los programas “upgrade”, que buscan reducir el espacio entre compras. Pero creció la oferta y las vías de distribución. ¿Quién diría que podríamos tener móviles “libres” de gama media por precios competitivos? ¿Quién diría que en España se podían fabricar buenos teléfonos?
No es fácil responder a la pregunta del título sin hacer un análisis profundo. ¿Cambiamos de móvil porque podemos, porque lo necesitamos o por condicionantes culturales?
Fidelidad y familiaridad
Comencemos por la fidelidad hacia la marca, el valor percibido, ese vínculo de confianza generado a través de los años. Nielsen publicó un informe donde confirmó una tendencia a desarrollar esa fidelidad con grandes marcas y no sólo con minoristas, como años atrás.
Si la primera impresión no es positiva, da igual que sea nuestra marca de confianza: no compraremos
Este valor de lealtad, según el último reporte de Brand Keys, ha ascendido hasta en un 60% en algunas de las principales marcas internacionales. Y Ios grupos de consumidores fortalecen los nichos de consumo.
Pero también ha crecido la desconfianza. La mayor oferta, como decíamos, ha predispuesto al usuario a cambiar con mayor frecuencia, asumiendo “riesgos” más agresivos, como dar la espalda a esas marcas “de toda la vida”. Desde Kantar afirman, de hecho, que la fidelidad no existe. Visto desde una perspectiva práctica, la lealtad a una marca se decide en 6 segundos. Si en ese plazo el usuario siente que le ha fallado, la marca pierde relevancia.
En resumen: si la experiencia no es positiva, cualquier asociación pasada pasa a segundo plano.
Amor a primera vista
Otra de las razones por las que cambiamos de terminal es porque, sencillamente, nos cansamos. La mayoría de gadgets nos conquistan por los ojos. Nos guste reconocerlo o no, el factor estético es una poderosa influencia. Lo hemos visto en los alimentos, en el café. Un móvil ya no es únicamente una herramienta para llamar a la familia, es una herramienta de trabajo, una cámara de fotos con editor, una consola y un objeto que, en parte, nos representa como usuarios.
El factor estético es una poderosa influencia: los gadgets nos conquistan por los ojos
Personalizamos nuestros móviles con carcasas, pero nos cansamos pronto de ver siempre el mismo aparato a nuestro lado. Sí, tal vez ese móvil de 700 euros sea visualmente impactante, pero te terminará aburriendo en una relación de tiempo similar a si estuvieras ante un terminal más sencillo.
La industria manifiesta una migración hacia los fabricantes emergentes, hacia marcas que apuestan por incluir novedades por precios competitivos. El espectro de la gama media ha ido escalando valor nominal, incorporando cada vez nuevas features: lector de huella dactilar, doble cámara, carcasa de aluminio, etcétera.
¿De verdad necesitamos tanta potencia?
Lo que entendemos por gama media es, de facto, una gama alta acotada. Y esto nos recuerda que, con frecuencia, compramos terminales de capacidades superiores a lo que necesitamos, para “curarnos en salud”.
Durante la mayor parte del tiempo de uso no necesitamos parte de la potencia total disponible de nuestro smartphone
La mayoría de terminales Android actuales —basados en Linux— están diseñados para aprovechar tanta RAM como sea posible. Son procesadores multinúcleo. Lo notarás en la carga de aplicaciones, a la hora de aplicar efectos a una foto o manejando grandes librerías.
Algunos de estos procesadores cuentan con una arquitectura heterogénea, una ARM denominada big.LITTLE: el grupo “big” se compone de núcleos rápidos y potentes, responsable de las tareas de mayor carga; el grupo “LITTLE” sirve a apoyo, son núcleos menos potentes que se mantienen inactivos, para ahorrar batería, y sólo despiertan cuando hace falta ese empujón extra.
Pero es que, sencillamente, durante la mayor parte del tiempo ese empujón extra no es necesario, 6GB de RAM no harán lo que no hagan inicialmente 3. Es decir, la realidad de las ARM es que, en un terminal con 6GB de RAM, la mayor parte del tiempo sólo usaremos 2-3. Y por el resto pagamos para obtener un teléfono más inteligente, de consumo dinámico.
De hecho, el sustituto formal del viejo big.LITTLE —comercializado desde el verano de 2011— es DynamIQ, un diseño multinúcleo que permite a la CPU una gran carga de trabajo y un consumo eficiente. Algo que hace que tu móvil pueda reproducir vídeos en 4K sin despeinarse. Un segundo: ¿necesitamos reproducir vídeos a 4K en el móvil por usabilidad o mero placer?
Conciliando potencia y realidad
Este progreso parece no responder a una necesidad real, una demanda por parte del usuario, sino a una necesidad comercial para renovar flota de terminales con frecuencia.
Fijémonos por ejemplo en un terminal como ZTE Blade V8, un smartphone equipado con Android Nougat, sensor de huellas, acabado metálico, y cámara dual con disparo fotográfico en 3D. Y por debajo de los 300 euros.
ZTE Blade V8 cuenta con procesador Qualcomm Snapdragon 435, 8 núcleos a 1’4GHz, GPU Adreno 505 y 3GB de RAM. Sobre el papel podríamos decir que no estamos ante una gama alta propiamente dicha. Por supuesto, hemos visto cientos de benchmarks donde otras configuraciones presumen de músculo. Pero, ¿a qué nos ayudan esos benchmarks en nuestro día a día?
La fragmentación del mercado atiende a la demanda: existen tantos rangos como tipos de usuario. Pero seamos pragmáticos: las estadísticas de uso nos recuerdan que usamos el móvil para «acceder al correo electrónico (87%), mensajería instantánea (82,8%) y navegar por la red».
Sobre este escenario, y viendo como la gama media de hoy día es la nueva gama alta de ayer, la respuesta está clara: que cambiemos de móvil no significa que necesitemos hacerlo. Y no hace falta gastarse una fortuna para disfrutar de altas prestaciones.
Ver 8 comentarios