Prohibir, y hasta qué punto, o no prohibir, en esas anda gran parte del planeta con la inteligencia artificial en el banquillo de los acusados. De hecho, Europa sacó adelante lo más parecido a la primera regulación de los algoritmos en el planeta. Y ahora Italia se ha convertido en la primera nación del viejo continente en hacerlo. Aunque quizás se le ha ido un poco de las manos.
Un hito regulatorio. Italia se ha convertido en el primer país de la Unión Europea en aprobar una legislación integral sobre inteligencia artificial, adelantándose al resto del continente en un terreno que la Comisión Europea busca armonizar con el AI Act. El gobierno de Giorgia Meloni ha defendido la norma como una medida decisiva para garantizar un uso “humano, transparente y seguro” de la tecnología, combinando principios éticos con medidas coercitivas que incluyen penas de cárcel de hasta cinco años para quienes difundan contenidos manipulados o deepfakes que causen daño.
La ley se inscribe en un contexto global en el que la regulación de la IA se percibe como indispensable para frenar abusos sin frenar la innovación, aunque el alcance italiano ha sido particularmente ambicioso y severo en comparación con otros marcos nacionales.
Restricciones penales y control. El texto legislativo no se limita a sancionar usos maliciosos, como el fraude o el robo de identidad mediante sistemas automatizados, sino que amplía el control a aspectos sociales y culturales. Por primera vez se establece que los menores de 14 años no podrán acceder a sistemas de IA sin consentimiento parental, lo que introduce una barrera inédita en el acceso a herramientas digitales en Europa.
En paralelo, se refuerza la exigencia de transparencia y supervisión humana en ámbitos sensibles como la sanidad, la educación, la justicia o el deporte, donde la opacidad algorítmica puede tener consecuencias graves para derechos fundamentales. Con ello, Roma pretende blindar a la ciudadanía frente a los riesgos de un uso descontrolado, a costa de imponer obligaciones pesadas a empresas y profesionales.
El debate sobre propiedad. Uno de los puntos más delicados de la ley se encuentra en el terreno de los derechos de autor. Se reconoce la validez de obras creadas con asistencia de IA siempre que partan de un esfuerzo intelectual genuino, un criterio que busca equilibrar la creatividad humana con la automatización, aunque abre zonas grises difíciles de dirimir en la práctica.
Al mismo tiempo, se restringe el text and data mining a contenidos no protegidos o a investigaciones científicas realizadas por instituciones autorizadas, limitando el uso indiscriminado de bases de datos culturales y científicas para entrenar modelos comerciales. Este enfoque protege a autores y editoriales, pero plantea dudas sobre la competitividad de las empresas italianas en un ecosistema global donde la frontera entre datos libres y protegidos es difusa.
Instituciones de control. Para velar por la aplicación de la ley, el gobierno ha encomendado la tarea a la Agencia para la Italia Digital y a la Agencia Nacional de Ciberseguridad, con el objetivo de garantizar tanto la protección de los ciudadanos como la resiliencia tecnológica del Estado.
Paralelamente, se ha creado un fondo de capital riesgo público de hasta 1.000 millones de euros destinado a financiar empresas que desarrollen proyectos en inteligencia artificial, ciberseguridad y telecomunicaciones. Sin embargo, críticos subrayan que la cifra resulta modesta frente a las inversiones multimillonarias de Estados Unidos y China, lo que podría dejar a Italia en una posición desventajosa si la regulación no se acompaña de mayores recursos.
La ”vía italiana”. Meloni ha defendido en varias ocasiones la idea de una “vía italiana” para el desarrollo y la gobernanza de la inteligencia artificial, entendida como una alternativa humanista frente a modelos más permisivos u orientados exclusivamente al mercado.
Para la primera ministra, la IA es “la mayor revolución de nuestro tiempo”, pero solo alcanzará su pleno potencial si se integra en un marco de reglas éticas centradas en las personas y sus derechos. Este planteamiento refleja tanto la preocupación por los riesgos sociales como el deseo de proyectar a Italia como pionera en un terreno clave para el futuro europeo.
Consecuencias estratégicas. La aprobación de esta ley sitúa a Italia a la vanguardia normativa, pero también abre interrogantes sobre su impacto a largo plazo. La dureza de las sanciones y la limitación de accesos pueden ser vistas como un freno a la innovación, especialmente para startups y proyectos de menor escala.
Además, el riesgo de fragmentación regulatoria en la UE persiste: aunque el AI Act busca uniformidad, el ejemplo italiano podría alentar a otros países a aprobar marcos aún más estrictos o, por el contrario, a mostrarse reticentes ante la carga regulatoria. En última instancia, el dilema de Italia es el mismo que afronta prácticamente todo Occidente: cómo proteger a la sociedad frente a los riesgos de la IA sin quedar rezagado en la carrera tecnológica global.
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