Todo parece avanzar en el sector móvil excepto las baterías. Los fabricantes se limitan a aumentar su capacidad, a mejorar la carga rápida o a decidir si podremos reemplazarlas nosotros mismos o tendremos que acudir al servicio técnico. Pero la tecnología en sí no evoluciona y arrastramos los mismos problemas desde hace años.
Uno de ellos es, cómo no, la degradación de las baterías. Un problema que cobró mucha relevancia a causa de los problemas de autonomía de los iPhone más antiguos pero que, en realidad, siempre ha estado ahí. Con el litio desapareció el efecto memoria, pero las baterías siguen degradándose irremediablemente con el paso del tiempo. Tratemos de explicar por qué.
Tu funcionamiento es la razón de tu muerte
La elección del litio para los dispositivos electrónicos era algo lógico porque es el material que produce las baterías más ligeras de todas las opciones disponibles en su momento. Tanto si se trata de una altavoz Bluetooth que pesa cuatro kilos como de un móvil de 140 gramos, su batería estará hecha de litio. Es una batalla que se jugó hace ya mucho y que ganó el material actual porque, además, hizo olvidar el efecto memoria de las baterías.
El problema de las baterías de litio actuales es que en su funcionamiento interno se encuentra su propia condena a muerte. Están diseñadas para que el ánodo y el cátodo intercambien iones, en este caso de litio, a través de un electrolito no acuoso. La consecuencia de este proceso es que, a nivel químico, se producen ligeras variaciones en los propios electrodos que progresivamente van mermando la capacidad de la batería.
La reacción química que provoca el transporte de electrones, que es en última instancia lo que permite a la batería entregar energía y recibirla para recargarse, va erosionando lentamente los materiales de una forma tan imparable como imprevisible.
Esta erosión, parecida al efecto de oxidación que ocurre con el hierro al contacto con el aire, no es uniforme y provoca que la batería vaya perdiendo capacidad. Miliamperios/hora, para entendernos. Una batería de 3.000 mAh será de 2.600 mAh dentro de un tiempo, por poner un ejemplo con un desgaste no calculado ni calculable.
Para lograr la conversión de óxido de níquel en níquel metálico hace falta que existan este tipo de imperfecciones. Por si fuera poco, la carga de la batería también genera una suerte de mezcla de sales que reduce el rendimiento y la capacidad de la batería.
Así que las baterías no sólo se deterioran cuando alimentan nuestros dispositivos, sino también cuando se recargan. Y aunque limitemos la temperatura para evitar un estrés innecesario, éstas seguirán degradándose hasta acabar siendo inservibles (antes de llegar el punto de carga cero, solemos reciclarlas).
Una posible solución futura
Aunque la cifra ha ido mejorando, el propio uso de los dispositivos provoca que las baterías de litio se deterioren entre los 300 y los 1.000 ciclos de carga. Este problema podría ser historia si logramos que funcione un sistema de deposición atómica que ya están estudiando los científicos. Pero este proceso está aún lejos de desarrollarse de forma estable y tal vez para entonces ya estemos manejando baterías de otro tipo.
Imagen: Tyler Lastovich (Pexels)
Por ejemplo, las baterías en estado sólido, que ya tienen medio pie en el mercado y que permitirían evitar calentamientos, aumentar la densidad y carga, y facilitar la absorción y entrega de energía. Hasta que eso llegue, tendremos baterías de litio u otro material sustitutivo que seguirán deteriorándose con el paso del tiempo. Y lamentamos decirte que no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
Imagen de portada | Ron Lach (Pexels)
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