Solo han pasado 48 horas desde que se anunció el “iPhone de Trump”. Y cuanto más se sabe, más parece de China

En lugar de inaugurar una era de teléfonos estadounidenses, el T1 inaugura una etapa de promesas montadas con componentes chinos 

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Miguel Jorge

Editor

No habían pasado ni 24 horas desde que se anunció el “iPhone de Trump” y ya comenzaron a llegar las primeras quejas. Venían de usuarios devotos que habían tratado de reservar el teléfono a través de la web y les daba fallos o les cobraba mal. La botella se podía ver medio llena, ya que la demanda parecía alta para adquirir el móvil 100% estadounidense. El problema es que cada vez parece más... chino.

Una promesa nacionalista. Lo contamos esta semana. El anuncio del T1 Phone por parte de los hijos de Trump fue presentado como un símbolo del resurgimiento industrial estadounidense. Bajo el lema de “diseñado y construido en Estados Unidos”, el dispositivo se convirtió en el buque insignia de Trump Mobile, la nueva marca de servicios móviles impulsada por Eric y Donald Jr., que busca capitalizar el mensaje político del "America First" aplicado al terreno tecnológico.

Sin embargo, expertos de la industria no han tardado en desmontar la narrativa: ni el precio ni las especificaciones ni el calendario de producción apuntan a una fabricación nacional auténtica. Todd Weaver, director ejecutivo de Purism (una de las escasísimas empresas que realmente fabrican teléfonos en Estados Unidos), y Max Weinbach, analista de Creative Strategies, señalaron en la CNN que el T1 parece más bien una versión reetiquetada del Revvl 7 Pro 5G, fabricado por la china Wingtech, o incluso del Vtex Smart Phone de Shenzhen Vitek, ambos modelos económicos y producidos por fabricantes asiáticos que permiten a terceros adaptar sus dispositivos con modificaciones menores.

No es posible. Hay más, ya que, según estos expertos, sin una red de fábricas, líneas de ensamblaje, componentes y personal técnico especializados en Estados Unidos fabricar un teléfono entero dentro del país es, hoy en día, imposible. El lanzamiento previsto para septiembre de 2025 refuerza esta sospecha, ya que la infraestructura industrial necesaria no existe ni en escala ni en especialización.

Un espejismo. Contaban en CNN que la propia retórica en torno al origen del T1 ha oscilado entre afirmaciones maximalistas y matices estratégicos. Aunque el sitio web y la presentación en Trump Tower proclamaron que el teléfono sería fabricado en Estados Unidos, Eric Trump aclaró más tarde en una entrevista que eso sería algo “eventual”, sin especificar si la primera generación cumpliría esa promesa. 

Además, el comunicado oficial de Trump Mobile se apresuró a deslindar responsabilidades, aclarando que ni la Trump Organization ni sus filiales diseñan, desarrollan, fabrican o distribuyen el teléfono directamente, lo que añade una capa de opacidad jurídica a las afirmaciones comerciales.

Made in China. Explicaban en la BBC que este tipo de ambigüedad podría poner a la empresa bajo la lupa de la Comisión Federal de Comercio, que aplica criterios estrictos para autorizar el uso de la etiqueta “Made in USA”. Según Weaver, fabricar un teléfono completamente en territorio estadounidense requiere un esfuerzo logístico y económico titánico, además de una integración total de la cadena de suministro que hoy no hay. 

Como decíamos, incluso Purism, pese a fabricar en Estados Unidos, debe importar ciertas piezas críticas, como un cristal específico para el chip GNSS, que solo se produce en China.

Tecnonacionalismo. Lo contamos ayer a través de un reportaje en 404, el caso del T1 Phone no es un simple intento de ingresar al mercado de la telefonía móvil, apunta a una jugada política envuelta en nacionalismo tecnológico. Trump ha presionado durante años para que Apple y otras firmas trasladen su producción a suelo estadounidense, amenazando con aranceles del 25% a quienes sigan fabricando fuera. Pero como muestra el T1, el coste real de esa transición es descomunal, y más aún si se quiere competir en precios con modelos producidos en Asia.

De hecho, el Revvl 7 Pro 5G, que parece ser la base sobre la que se ha desarrollado el T1, cuesta solo 169 dólares, mientras que fabricar un dispositivo desde cero en Estados Unidos, como lo hace Purism, puede elevar el precio a casi 2.000 dólares. Dicho de otra forma, el T1 no representa un giro industrial genuino, sino una operación de marketing basada en modificar mínimamente productos existentes, cambiarles la carcasa, ajustar el software, añadir branding político y presentarlos como un emblema de autosuficiencia.

Imagen | Trump White House

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