He dejado WhatsApp durante una semana para comunicarme solo con llamadas. Preveía un infierno y he descubierto algo más importante

  • Harto de la obligación no escrita de responder en WhatsApp, me propuse un experimento: apagarlo una semana y comunicarme solo con llamadas

  • Preveía aislamiento y llamadas perdidas, pero la realidad ha sido una lección sobre lo que de verdad importa

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Pepu Ricca

Editor

Estaba cansado. De la tiranía del doble check azul, de la obligación no escrita de responder al instante a conversaciones no urgentes y del ruido mental que causa estar atento todo el día. Así que me propuse un pequeño experimento un tanto anacrónico: dejar WhatsApp durante unos días y volver al uso más rudimentario del teléfono. Sí, llamar. Esperaba un lío y lo que encontré fue una demostración de realidad: se puede vivir sin perderte nada importante, y de hecho, ahora lo recomendaré si necesitas un poco de detox digital.

Preparación del apagón. Para que este experimento del que hablo fuera reversible y no perder meses de conversaciones y archivos, el primer paso no fue desinstalar WhatsApp: opté por la función de archivar la app, una opción nativa en Android que la oculta y silencia por completo. Como si estuviese desinstalada, pero con la posibilidad de recuperar los datos con un toque en pantalla. Eso sí, el icono lo saqué de la carpeta y lo oculté en otra que tengo con muchas apps.

Whatsapp archivada Relegada a la segunda pantalla de inicio... y archivada

El segundo paso fue avisar a mis contactos más importantes de que pasaría unos días "fuera". Recomendé para casos urgentes la alternativa de un RCS (spoiler, nadie lo usó): mi familia tiene Android con la app «Mensajes de Google» preinstalada. Pero me negué a un grupo. Prioridad máxima llamadas.

Vuelta al sonido. Y a la calma: puede sonar contradictorio, porque lo primero que hice fue asegurarme de que mi móvil seguía —como siempre— en modo silencio. La "vuelta al sonido" no fue a los tonos de llamada, sino a la intención. Una vibración de WhatsApp se había convertido en ruido blanco, en una interrupción que a menudo ignoro. 

La vibración de una llamada todo lo contrario: es un evento. Alguien al otro lado, había decidido dedicar su tiempo a contactarme de forma directa. La diferencia es que, al ver el nombre en pantalla, recuperé el control: he decidido durante esta semana si esa interrupción merecía la pena en ese momento o si podía devolver la llamada más tarde.

Se puede vivir sin WhatsApp. Lo he comprobado, y no me he perdido nada. Dejar de usarlo por un tiempo es una buena práctica si estás saturado de notificaciones y chats sin mucha importancia

Experiencia. La primera sensación fue de una paz un tanto extraña y rara. El móvil dejó de reclamar mi atención. Y no, no sonó sin parar. De hecho, recibí pocas llamadas. Varias fueron para informarme sobre la salud de un familiar, conversaciones de un par de minutos que en WhatsApp habría sido una cadena interminable de audios y mensajes. Otras fueron para coordinar planes, concisas y directas. Incluso mis amigos, que intentaron contactarme por mensajes de Instagram (y recibieron un "si es importante, llámame") lo hicieron. Cuando hay que llamar, me da la sensación de que sabemos filtrar lo irrelevante.

Regreso a la normalidad. Tras una semana, llegó el momento de volver a la cruda realidad. Desarchivé la app y presencié una avalancha de notificaciones, con el contador creciendo sin parar: aparecieron más de mil mensajes repartidos en decenas de chats y grupos. Memes, noticias reenviadas, cadenas, comentarios triviales... Hice lo único que se podía hacer para preservar al paz metal. Es decir, "marcar todo como leído". Si algo de esa montaña de información hubiera sido verdaderamente importante, habría llegado en forma de llamada. No lo hizo.

Lo que me llevo. Es un gran aprendizaje: lo importante siempre encuentra la forma de llegar. Si algo he sacado esta semana es que el miedo a perderme algo (maldito 'FOMO') es una ilusión diseñada para mantenernos enganchados. No, no me perdí nada vital. Sí eché en falta el contacto ocioso, esa conversación para matar ratos de aburrimiento.

Pero redescubrí el valor de una llamada. Es más concisa, más humana y sobre todo, exige algo que hemos perdido: atención plena. Al otro lado hay una persona, con su tono de voz y matices, no un texto que puedes leer a medias mientras haces otra cosa. El experimento me demostró que no pasa absolutamente nada por no estar en WhatsApp o por desaparecer por un tiempo. Lo importante, siempre encontrará el camino para llegarme. Y casi siempre lo hará con una llamada, tan básico como la función para la que fueron diseñados los teléfonos.

Imagen de portada | Pepu Ricca para Xataka Móvil

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